viernes, 10 de junio de 2016

DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MÍ.


Cristo ama la infancia que al principio él mismo asu­mió tanto en su alma como en su cuerpo. Cristo ama la infancia que enseña humildad, que es la norma de la inocencia, el modelo de la dulzura. Cristo ama la infan­cia, hacia la que orienta la conducta de los adultos, hacia la que conduce a los ancianos, y llama a imitar su propio ejemplo a aquellos que deseen alcanzar el reino eterno.

Pero para entender cómo es posible realizar tal con­versión y con qué transformación él nos devuelve a una actitud de niños, dejemos que san Pablo nos ins­truya y nos lo diga: No tenéis que ser niños en cuanto a vuestros pensamientos, sino en lo que respecta a la malicia. Por lo tanto, no debemos volver a nuestros días de infancia, ni a las torpezas del inicio, sino tomar algo propio de los años de madurez: apaciguar rápi­damente las agitaciones interiores, encontrar la calma, olvidar totalmente las ofensas, ser completamente indi­ferente a los honores, amar y preservar el equilibrio de ánimo como un estado natural. Es un gran bien no saber cómo hacer daño a otros y no tener gusto por el mal; no devolver a nadie el mal por el mal corresponde a la paz interior de los niños, la que conviene a los cristia­nos. Es esta forma de humildad la que nos enseña el Salvador al hacerse niño y ser adorado por los magos.

San León Magno

 

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