martes, 14 de junio de 2016

EUCARISTÍA Y MISERICORDIA.


En este Año jubilar vamos a fijarnos especialmente en el vínculo entre la Eucaristía y la misericordia. Con razón se la ha llamado el Sacramento del amor. En el Catecismo leemos: «La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregado por nosotros, debemos reco­nocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos» (n. 1397).
El evangelio de hoy muestra bien esta relación. Los após­toles se sienten desbordados por la multitud que acompaña a Jesús. Se dan cuenta de que hay una necesidad de aloja­miento y de comida y no saben cómo satisfacerla. Por eso piden a Jesús que despida a la gente. También nosotros experimentamos la imposibilidad de responder con lo que tenemos a las urgencias que se nos presentan, sean mate­riales o espirituales. Nuestro horizonte está limitado por la manera que tenemos de entregarnos, y entonces decimos: para qué sirve lo poco que yo puedo hacer..., y caemos en la tentación de eludir el problema o de trasladarlo a otro {que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor).
¿Qué encontramos en la Eucaristía? En ella está Jesús ver­daderamente presente. Pero no de cualquier manera, sino entregándose. San Pablo recuerda las palabras de la insti­tución: Mi cuerpo, que se entrega por vosotros. La razón de su presencia es su amor hacia nosotros. Como dice el P. Mendizábal: «La Eucaristía es el sacramento del deseo de Cristo de darse. Es el encuentro con el amor inagotable, misericordioso, por encima de nuestras miserias».
Jesús, que se compadece de aquella multitud, como se compadece de nuestra generación y de todos los hombres, quiere arrastrar a sus apóstoles tras el deseo de su corazón. Por eso les dice: Dadles vosotros de comer. Y los apósto­les han de reconocer su pobreza: No tenemos más que.. .; ésta es la misma precariedad que experimentamos noso­tros. Entonces Jesús les ordena hacer lo más contrario a sus previsiones: que la gente se siente, que no se vayan, porque tienen hambre y están cansados. Viendo con los alumnos las películas de Felipe Neri, de Juan Bosco o de José Moscati, encontrábamos algo en común en los tres: no tenían un no para nadie, siempre encontraban algo que dar.
¿Qué realiza la Eucaristía? Con audacia dijo san Cirilo que, mediante la Eucaristía, nos hacemos «concorpóreos y con­sanguíneos con Cristo». Él viene a nosotros y une su amor al nuestro para que seamos transformados. Es decir, por la misericordia de Dios, nosotros aprendemos también a dar­nos. La presencia de Jesús en la Eucaristía es muy consola­dora. Él es nuestro compañero. Siempre está ahí para que podamos superar la dificultad que tenemos para entregar­nos, para que, a través de esa presencia maravillosa, sigamos experimentando la salvación que nos obtuvo muriendo por nosotros en la cruz.
El milagro que hoy leemos anuncia la Eucaristía, pero asi­mismo toda esa vida maravillosa que se va a desarrollar en nosotros y a nuestro alrededor si sabemos recibirla. Los doce cestos repletos que quedaron después de que se saciaran simbolizan cómo nuestro amor crece en la medida en que nos damos a los demás. ¡Gracias, Señor, por la Eucaristía! ¡Gracias por tu amor que nos rescata y nos abre a la belleza de entregarnos a los demás!

David AMADO FERNÁNDEZ

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