viernes, 22 de julio de 2016

LA FE.


¿Cómo obtuvo el centurión la gracia de la curación de su siervo? «Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: ve, y va; al otro: ven, y viene; y a mi criado: haz esto, y lo hace. Si yo, un hombre sometido al poder de otro, tengo el poder de mandar, ¿qué no podrás tú de quien depende toda potestad?» Y el que esto decía era un pagano, centurión para más señas. Se comportaba allí como un soldado con grado de centurión; sometido a autoridad y constituido en autoridad; obediente como subdito y dando órdenes a sus subordinados.

Si bien el Señor estaba incorporado al pueblo judío, anunciaba ya que la Iglesia habría de propagarse por todo el orbe de la tierra, a la que más tarde enviaría a los apóstoles: él, no visto pero creído por los paganos; visto y muerto por los judíos. Y así como el Señor, sin entrar físicamente en la casa del centurión -ausente con el cuerpo, presente con su majestad-, sanó su fe y a su misma familia, así también el Señor en persona sólo estuvo corporalmente en el pueblo judío; entre las demás gentes ni nació de una virgen, ni padeció, ni recorrió sus caminos, ni soportó las penalidades huma­nas, ni obra las maravillas divinas. Nada de esto en los otros pueblos. Y sin embargo, en Jesús se cumplió lo que se había dicho: Un pueblo extraño fue mi vasallo. El mundo entero oyó y creyó.

San Agustín

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