martes, 13 de septiembre de 2016

LA CONVERSIÓN DE SAN FRANCISCO DE ASÍS.


En cierta ocasión en que Francisco asistía devota­mente a una misa que se celebraba en memoria de los apóstoles, se leyó aquel evangelio en que Cristo, al enviar a sus discípulos a predicar, les traza el tipo de vida evangélica que habían de observar, es decir, que no poseyeran oro o plata, ni llevaran dinero ni alforja para el camino, ni usaran dos túnicas ni calzado, ni se proveyeran tampoco de bastón.

Francisco, tan pronto como oyó estas palabras y com­prendió su alcance, enamorado de la pobreza evangé­lica, se esforzó por grabarlas en su memoria y, lleno de indecible alegría, exclamó: «Esto es lo que quiero, esto es lo que de todo corazón ansio». Y al momento se quita el calzado de sus pies, arroja el bastón, dese­cha la alforja y el dinero y, contento con una sola y corta túnica, se desata la correa, y en su lugar se ciñe con una cuerda, poniendo toda su solicitud en llevar a cabo lo que había oído y en ajustarse completamente a la forma de vida apostólica.



Desde entonces, el varón de Dios, fiel a la inspiración divina, comenzó a plasmar en sí la perfección evan­gélica y a invitar a los demás a penitencia. Sus pala­bras no eran vacías ni objeto de risa, sino que, llenas de la fuerza del Espíritu Santo, calaban muy hondo en el corazón, de modo que los oyentes se sentían profundamente impresionados. Al comienzo de todas sus predicaciones saludaba al pueblo, anunciándole la paz con estas palabras: «¡El Señor os dé la paz!» Tal saludo lo aprendió por revelación divina.
San Buenaventura


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