martes, 22 de agosto de 2017

¿ARENA O ROCA?.

Una tarde, paseaba por la orilla del mar como dice la Escritura: Soplaba un viento fuerte y el mar se iba encrespando. Las olas se levantaban a lo lejos y se apoderaban de la orilla, chocando contra las rocas, se rom­pían y transformaban en espuma y gotitas. Pequeños guijarros, algas y conchas muy ligeras eran arrastrados




por las aguas hacia la orilla; pero las rocas permanecían firmes e inquebrantables, como si todo estuviera en calma, incluso en medio de las olas que venían a dar contra ellas.

Saqué una lección de este espectáculo. Este mar ¿no es acaso nuestra vida y la condición humana? En ella hay mucha amargura e inestabilidad. Y los vientos ¿acaso no son las tentaciones que nos asaltan y los imprevistos gol­pes de la vida? Creo que es eso lo que meditaba David cuando exclamó: Dios mío, sálvame, que me llega el agua al cuello: he entrado en la hondura del agua y me arrastra la corriente. Entre las personas que pasan pruebas, unas me parecen ser como objetos ligeros y sin vida que se dejan arrastrar sin oponer la mínima resistencia; no hay en ellas ningún rastro de firmeza; no tienen el contrapeso de una razón sana que lucha contra los asaltos que le llegan. Las otras las asemejo a rocas, dignas de esa Roca sobre la cual nos mantene­mos firmes y a la que adoramos; estas, formadas con razonamientos de verdadera sabiduría, se levantan por encima de la debilidad ordinaria y lo soportan todo con una constancia inquebrantable.

San Gregorio Nacianceno

Amigo de san Basilio y monje con él, fue obispo de Constantinopla; se le conoce como el Teólogo (330-390).



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