jueves, 3 de agosto de 2017

EL QUE SEA PEQUEÑITO, QUE VENGA A MI.


Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina; ese camino es el aban­dono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre. El que sea pequeñito, que venga a mí, dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón, y ese mismo Espíritu de amor dijo también que a los pequeños se les compadece y perdona.

Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de lle­gar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud, como dijo en el salmo 49: No aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños, pues las fieras de la selva son mías y hay miles de bestias en mis montes... Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y de acción de gracias. He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad de nuestras obras, sino solo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la samaritana. Tenía sed... Tenía sed de amor. Sí, me doy cuenta, más que nunca, de que Jesús está sediento; entre los discípulos del mundo solo encuentra ingratos e indiferentes, y entre sus propios discípulos ¡qué pocos corazones encuentra que se entreguen a él sin reservas, que comprendan toda la ternura de su amor infinito!


Santa Teresa del Niño Jesús Carmelita descalza; es doctora de la Iglesia (1873-1897).

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