sábado, 25 de agosto de 2018

LA PACIENCIA.


Saludable es el precepto de nuestro Señor y Maestro: El que persevere hasta el fin se salvará. Es necesario perseverar y soportar. Así, seguros de la esperanza de la verdad y de la libertad, podremos llegar a esta verdad y a esta libertad, porque si somos cristianos es por obra de la fe y de la esperanza. Pero para que la esperanza y la fe puedan dar sus frutos, es necesaria la paciencia.
Que nadie se mantenga en la impaciencia, ni se deje abatir en el camino del reino, distraído y vencido por las tentaciones. No jurar, no maldecir, no reclamar lo que nos han quitado a la fuerza, poner la otra mejilla, per­donar a los hermanos su yerros, amar a los enemigos y orar por los que nos persiguen: ¿cómo llegar a hacer todo esto si no se está firme en la paciencia y la tole­rancia? Es lo que vemos que hizo Esteban... No pide la venganza, sino el perdón para sus asesinos: ¡Señor, no les tengas en cuenta su pecado! Así el primer mártir de Cristo no fue solamente el predicador de la pasión del Señor, sino que le imitó en su extrema paciencia.
Cuando en nuestro corazón habita la paciencia, no hay cabida en él para la cólera, la discordia y la rivalidad. La paciencia de Cristo quita todo esto para construir en su corazón una morada pacífica en la que el Dios de la paz se complace en habitar.
San Cipriano
Natural de Cartago y convertido del paganismo, llegó a ser obispo de su ciudad; escribió en tiempos de persecución de lo Iglesia y sufrió el martirio (210-258).

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