Si queréis comprobar hasta donde ha tomado cuerpo en
vosotros la filialidad, la fe en el amor paternal de Dios, tenéis que fijaros
si también en una situación difícil podéis decir: “Dios es Padre, Dios es
bueno; bueno es todo lo que hace.” ¿Cuánto tiempo necesitáis cuando se os exige
algo difícil, hasta que podéis decir conscientemente: esto es expresión y
demonstración de un amor paternal especialmente profundo? Ante una pesada cruz
y sufrimiento nuestra reacción debería ser: “Dios, mío, Tú que me quieres tanto
¿qué me vas a regalar ahora?”.
Así siempre tendremos la seguridad del péndulo. Si eso os
brota así del alma, entonces os habéis hecho niños. La grandeza de nuestra vida
consiste en eso: en que el desdén, al pasar desapercibido, el desprecio y la
desilusión también sean interpretados como expresión de un profundo amor. Ser despreciado
y humillado significa asemejarse a Jesucristo. No tengo nada más que hacer que
entregarme por entero a él. Solamente el hombre heroicamente filial vence al
hombre primitivo. Las voces del tiempo requieren filialidad por nuestra parte.
¡Este debe ser el gran ideal para nuestra autoeducación y la educación de
otros!
José KENTENICH
Fundador del movimiento Schoenstatt.
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