domingo, 16 de diciembre de 2012

EL SERVICIO.



En el lavatorio de los pies, Jesús ha querido resumir todo el sentido de su vida, para que quedara bien grabado en la memoria de sus discípulos: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; lo comprenderás más tarde (Jn 13,7). Por eso, la Iglesia no cesa de hablar del servicio y de inculcarlo de todas las formas posibles a los discípulos de hoy.

El servicio no es una virtud, pero brota de las virtudes y, en primer lugar, de la caridad; aún más, es la expresión más grande del mandamiento nuevo. El servicio es un modo de manifestarse del ágape, esto es, de ese amor que no busca su interés (1 Cor 13, 5), sino él de los demás; que no está hecho de búsqueda sino de donación. Es, en definitiva, una participación e imitación del obrar de Dios que, siendo el Bien, todo el Bien, el sumo Bien, no puede amar o beneficiar más que gratuitamente, sin ningún tipo de interés particular. Por esto, el servicio evangélico, en contraposición con el del mundo, no es propio del inferior, del necesitado, de quien no tiene, sino que es propio, más bien, del que posee, de quien está arriba, de quien tiene. A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho, en lo que concierne el servicio (Lc 12 48). Por esto Jesús dice que, en su Iglesia, es sobre todo el que gobierna el que debe ser como el que sirve (Lc 22 26) y el primero es el que debe ser el siervo de todos (Mc 10,44). El lavatorio de los pies es el “sacramento de la autoridad cristiana” (C. Spicq).


Raniero CANTALAMESSA

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