domingo, 21 de abril de 2013

LA IGLESIA ES MISIONERA.


 

En el libro del Apocalipsis se nos describe el destino de la humanidad redimida. Todos los que forman parte de ella tienen en común que han sido salvados por la sangre del Cordero. Es gracias al sacrificio de Cristo que nos ha sido abierta la puerta de la salvación. Los vestidos blancos simbolizan la nueva condición que les ha sido conferida a los que creen en Cristo. San Juan describe a la muchedumbre señalando el alcance universal de la salvación, ya que la forman gentes de toda nación, razas, pueblos y lenguas. A la espera del cumplimento final del designo de Dios, la Iglesia es signo en el mundo de la misericordia divina.

Entre los primeros cristianos la confesión de fe y el dinamismo misionero estaban íntimamente unidos. Creer en Cristo conllevaba darlo a conocer. Y ello no siempre resultaba fácil. En las señoras distinguidas y devotas y en los principales de la ciudad  que actuaban contra los apóstoles, podemos ver simbólicamente la tentación de permanecer enclaustrados en una fe que no es operativa, que se reduce a nuestra relación con Dios y descuida el deseo del corazón de Cristo de llegar a todos los hombres. Esa estrechez de miras solo suscita agobio, incomprensión y rechazo. Por el contrario, señala S. Juan Crisóstomo; “la Iglesia tiene a gala, y es mandamiento del Salvador, que no pensemos solo en nosotros mismos, sino también en el prójimo”. E indica también que quien se dedica a ellos, “en la medida en que es posible al hombre, imita al mismo Dios”. También así se experimenta la alegría de los verdaderos discípulos y el consuelo que concede el Espíritu Santo a los fieles.

 

David AMADO FERNÁNDEZ

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