En el libro del Apocalipsis se
nos describe el destino de la humanidad redimida. Todos los que forman parte de
ella tienen en común que han sido salvados por la sangre del Cordero. Es gracias
al sacrificio de Cristo que nos ha sido abierta la puerta de la salvación. Los vestidos
blancos simbolizan la nueva condición que les ha sido conferida a los que creen
en Cristo. San Juan describe a la muchedumbre señalando el alcance universal de
la salvación, ya que la forman gentes de toda
nación, razas, pueblos y lenguas. A la espera del cumplimento final del
designo de Dios, la Iglesia es signo en el mundo de la misericordia divina.
Entre los primeros cristianos
la confesión de fe y el dinamismo misionero estaban íntimamente unidos. Creer en
Cristo conllevaba darlo a conocer. Y ello no siempre resultaba fácil. En las señoras distinguidas y devotas y en los principales de la ciudad que actuaban contra los apóstoles, podemos ver
simbólicamente la tentación de permanecer enclaustrados en una fe que no es
operativa, que se reduce a nuestra relación con Dios y descuida el deseo del
corazón de Cristo de llegar a todos los hombres. Esa estrechez de miras solo
suscita agobio, incomprensión y rechazo. Por el contrario, señala S. Juan
Crisóstomo; “la Iglesia tiene a gala, y es mandamiento del Salvador, que no
pensemos solo en nosotros mismos, sino también en el prójimo”. E indica también
que quien se dedica a ellos, “en la medida en que es posible al hombre, imita
al mismo Dios”. También así se experimenta la alegría de los verdaderos discípulos
y el consuelo que concede el Espíritu Santo a los fieles.
David AMADO FERNÁNDEZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario