miércoles, 10 de abril de 2013

SEÑORA DEL CANTO.


El Magnificat es la oración mariana por excelencia, forma parte de la oración cotidiana de la Iglesia.
En el Evangelio de Lucas todos cantan y hay un crescendo en el resonar de cantos de alabanza. El canto del Magnificat viene a consagrar un encuentro: es un acontecimiento de comunión, un cruce de camino, un enfrentarse de personas finalmente con la posibilidad de saludarse en la paz, una bendición mutua. No hay alabanza sino allí donde se realiza el encuentro. pero el canto del Magnificat es también el que concluye un largo viaje, el de una mujer sola. María es peregrina por antonomasia y su Magnificat es el canto de quien ha realizado el santo viaje, de quien ha llegado a la meta de su peregrinación, a la ciudad santa. La exultación de María es la de quien sabe que ha llegado a la meta, que no es necesario ir más allá.
El Magnificat es la oración escatológica, oración de María, oración de la Iglesia. Quien canta el Magnificat es la Iglesia que siente haber llegado al puerto suspirado, a la Jerusalén santa. El canto supone el sofoco de quien ha tenido que andar mucho. Es el canto de la Iglesia peregrina que llega al puerto, que todavía suspira, pero la alabanza de su suspiro se transfigura en la presencia del Señor que acaba de manifestarse final y definitivamente.
La exultación de María es la exultación de la Iglesia que ora en la tarde de su viaje. A lo largo de este viaje, el Señor ha hecho que nosotros, abandonados medio muertos por el camino, podamos ser rescatados, regenerados, restituidos a la plenitud de la vida. Así aprendemos que respirar de nuevo y descubrimos exultantes que nuestra historia personal es la historia de la humanidad: Israel y los gentiles son ya un solo pueblo de siervos que exultan porque la casa del Padre se abre a todos sus hijos.

Pino STANCARI.
 

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