Durante mucho tiempo me he
preguntado por qué tenía Dios preferencias, por qué no recibían todas las almas las
gracias en igual medida. Jesús ha querido darme luz acerca de este misterio. Puso
ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores que Él
ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio
no le quitan a la humilde violeta su perfume, ni a la margarita su encantadora
sencillez. Comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza
perdería su engalanamiento primaveral y los campos ya no se verían esmaltados
de florecillas.
Eso mismo sucede en el mundo de
las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear grandes santos, que
pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más
pequeños, y estos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a
recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfección consiste en hacer
su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos. Comprendí también que el amor
de nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que en el alma
sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se
parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la
luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al
venir a sus corazones.
SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS
(1873 – 1897)
Así es,...muy buen reflexión.
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