sábado, 27 de abril de 2013

EL JARDÍN DE JESÚS.


 

Durante mucho tiempo me he preguntado por qué tenía Dios preferencias,  por qué no recibían todas las almas las gracias en igual medida. Jesús ha querido darme luz acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores que Él ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume, ni a la margarita su encantadora sencillez. Comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su engalanamiento primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas.

Eso mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y estos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos. Comprendí también que el amor de nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que en el alma sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones.

 

SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS

(1873 – 1897)

   

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