viernes, 7 de noviembre de 2014

ROSTRO DE CRISTO.


 
Rembrandt no dejó de buscar la manera de pintar el rostro de Cristo, dejando de lado los estereotipos tradicionales, y como si hiciera el verdadero retrato de una persona viva. Entonces, ¿los numerosos rostros de Jesús que pintó revelan una imagen con­templativa que se habría formado en lo más íntimo de sí mismo? Sin duda, en parte. Pero en el inventario que hizo de sus bienes figura «un retrato de Jesús del natural». Para explicar esta fórmula sorprendente, algunos autores no dudan en afirmar que Rembrandt habría gozado de apariciones del Señor y que, en su taller, «Jesús mismo habría posado». Simplemente quizás Rembrandt tomó como modelos a los jóvenes rabinos que habitaban en el barrio judío cer­cano a su casa. Sea como sea, aquí nos da a contemplar un rostro de Cristo, que es a la vez lo más humanamente humano y lo más divinamente divino que un pintor haya sabido plasmar, asociándo­nos a esa búsqueda espiritual suya que le empujaba a contemplar al hombre Jesús para descubrir al verdadero Dios.

Un fondo marrón oscuro recubre todo el lienzo. Son las ti­nieblas del pecado, que abruman a toda la humanidad. Desde el seno mismo de ese abismo emerge una luz dulce que calienta sin quemar, que ilumina sin deslumbrar, que consuela sin condenar. En el corazón del pecado surge la gracia. Esta luz divina que brilla en nuestras tinieblas adquiere un rostro, ¡y qué rostro! ¡Un rostro que es el nuestro! Un rostro humano, dibujado con gran detalle en la luz por las sombras de nuestras tinieblas. Este rostro del Hijo de Dios, engendrado no creado, lleva nuestros rasgos igual que su cuerpo llevará nuestros pecados. ¡Felices tinieblas que nos me­recieron tal luz!

Por último, ¿cómo no reconocer en este rostro humano el de la misericordia divina? Como en otras obras suyas en las que la mirada de Jesús se posa sobre la mujer adúltera arrojada a sus pies, Rembrandt quiso pintar aquí el rostro de un Dios que se deja conmover, con la mirada vuelta hacia la humanidad a la que va a levantar de su caída.

(Traducción del original francés: Pablo Cervera Barranco)

 

Pierre-Marie DUMONT

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