viernes, 19 de mayo de 2017

LA RESURECCION DE LAZARO.


Cuando preguntó: ¿Dónde lo habéis puesto?, los ojos de nuestro Señor se llenaron de lágrimas. Sus lágrimas fueron como la lluvia, Lázaro como el grano, y el sepul­cro como la tierra. Gritó con voz potente, la muerte tembló a su voz, Lázaro brotó como el grano, salió y adoró al Señor que lo había resucitado. La fuerza de la muerte que había triunfado después de cuatro días es pisoteada para que la muerte supiera que al Señor le era fácil vencerla al tercer día; su promesa es verídica: había prometido que él mismo resucitaría el tercer día.

Acércate y quita la piedra. ¿Acaso el que resucitó a un muerto y le devolvió la vida no podía abrir el sepul­cro y derribar la piedra? Ciertamente, habría podido también quitar la piedra por su palabra aquel cuya voz, mientras estaba suspendido de la cruz, quebró las pie­dras y el sepulcro. Pero, como era amigo de Lázaro, dice: «Abrid, para que el olor de la podredumbre les golpee, y desatadlo vosotros que lo habéis envuelto en un sudario, para que reconozcáis bien al que habíais sepultado».

San Efrén

Diácono y maestro en lo escuela de Edesa, Mesopotamia, escribe sus obras para la liturgia y la catequesis de lengua siríaca.

Doctor de la Iglesia (3067-373).

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