viernes, 12 de mayo de 2017

MARÍA, SALVACIÓN DE LOS HOMBRES.




Esta mujer será Madre de Dios, puerta de la luz, fuente de vida; destruirá la acusación que pesaba sobre Eva. Los ricos de entre los pueblos buscarán su ros­tro, los reyes de las naciones se prosternarán ante ella ofreciéndole obsequios... pero la gloria de la Madre de Dios es interior: es el fruto de su vientre. Mujer tan digna de ser amada, tres veces bienaventurada, eres bendita entre las mujeres y el fruto de tu vientre es bendito. Hija del rey David y Madre de Dios, Rey del universo, la obra maestra en la que el Creador se rego­cija, serás la cumbre de la naturaleza. Porque tu vida no será para ti, no has nacido para ti misma, sino que tu vida será para Dios.
Viniste al mundo para él, servirás para la salvación de todos los hombres, cumpliendo el designio de Dios fijado desde antiguo: la encarnación del Verbo, su Palabra, y nuestra divinización. Todo tu deseo es ali­mentarte de la palabra de Dios, fortalecerte con su savia, como verde olivo en la casa de Dios, un árbol plantado al borde de la acequia, tú, el árbol de la vida que dio fruto a su tiempo... El que es infinito, ilimitado, vino para quedarse en tu seno; Dios, el niño Jesús, se alimentó de tu leche. Eres la puerta siempre virginal de Dios; tus manos sostienen a tu Dios; tus rodillas son un trono más elevado que los querubines... Eres la cámara nupcial del Espíritu, la ciudad del Dios vivo, en la que se regocijan las aguas del río, es decir, el efluvio de los dones del Espíritu. Eres toda hermosa, la amada de Dios.
San Juan DAMASCENO
Monje, teólogo y doctor de la Iglesia (Ca. 675-749).
 


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