martes, 2 de mayo de 2017

LA SED.


¿De qué tiene sed el Señor? Jesús pide de beber para que se haga más evidente la sed de la mujer. También nosotros hemos de descubrir la profundi­dad de nuestra sed, la que solo puede saciar el Señor. Por eso inmediatamente añade: Si conocieras el don de Dios.


Todo el diálogo que hoy leemos lo podría mantener el Señor con cada uno de nosotros. Es maravillosa la pedago­gía de Jesús, cómo va conduciendo a la samaritana para que pueda reconocer lo que verdaderamente necesita. Deja que se defienda con todos los argumentos que están a su alcance y, uno tras otro, van cayendo ante la suavidad de las ense­ñanzas de Cristo. ¿Acaso nosotros, como ella, no estamos tentados de pensar que es difícil que haya un pozo mejor que el de Jacob, que ha saciado la sed de tantos rebaños y personas? ¿No nos hemos refugiado en la teología olvidando que lo que Dios quiere es tener una relación personal con cada uno? ¿No hemos retrasado el día de la salvación a un futuro indeterminado para no sentir la urgencia de la res­puesta? ¿No hemos recurrido a evasivas cuando la palabra de Dios nos cuestionaba en lo personal? ¿No hemos encon­trado, en fin, mil argumentos inverosímiles para resistirnos al hecho sorprendente de que Jesús está aquí, junto a mí, y me mira y me habla?
Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber. Ahí está resumida la llamada a la conversión: reconocer a Jesús y el amor que me ofrece. Jesús ha movido a la sama­ritana haciéndola salir de su cerrazón. Le ha pedido algo. Ha despertado en ella el movimiento del amor. Era una mujer herida, como tantos de nosotros, pero en su corazón aque­llas palabras la sacaron de su ensimismamiento. De alguna manera fueron como la espoleta que le permitieron entrar en conversación sanadora con el Señor. Jesús captó su aten­ción. En lo profundo de aquel corazón resonaría el eco de una llamada original, que está en todos nosotros: hemos sido creados por amor y para el amor.
Fijémonos en cómo la mujer cambia totalmente (aban­dona el cántaro) cuando escucha: Soy yo, el que contigo habla. Pidamos eso: reconocer que es Jesús la respuesta a todas nuestras inquietudes y anhelos; que en él se nos da todo el amor de Dios.

David AMADO FERNÁNDEZ


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