viernes, 26 de enero de 2018

LA DULZURA ES SEÑAL DE LA BONDAD.



Imaginaos la desolación de un pobre pastor cuya oveja se ha extraviado. Abandonando al rebaño, corre por los bosques y colinas, pasa a través de espesuras y matorrales, lamentándose y gritando con todas sus fuer­zas, no pudiendo resignarse a volver sin su oveja. Eso es lo que hizo el Hijo de Dios cuando los hombres, por su desobediencia, se alejaron de la conducta señalada por su Creador; bajó a la tierra y no ahorró cuidados ni fatigas para devolvernos al estado del que habíamos caído. Es lo que sigue haciendo con los que se alejan de él por el pecado; sigue sus huellas, llamándolos sin cesar hasta que vuelven al camino de la salvación.

Si no hubiera actuado así, sabéis bien lo que habría sido de nosotros después del primer pecado mortal; nos sería completamente imposible volver al camino. Es preciso que sea él quien actúe primero, que nos presente su gracia, que nos persiga, que nos invite a tener piedad de nosotros mismos, sin lo cual nunca se nos hubiera ocurrido pedirle misericordia. El ardor con que Dios nos persigue es, sin duda, efecto de una misericordia muy grande. Pero la dulzura con que viene acompañado este celo nos muestra una bondad todavía más admirable. No usa jamás la violencia, sino tan solo la dulzura. No sé de ningún pecador, en toda la histo­ria del evangelio, que haya sido invitado a la peniten­cia por otro medio que el de las caricias y beneficios.
San Claudio de la Colombiére
Jesuíta francés, misionero y autor de obras de espiritualidad. Dirigió espirítualmente a santa Margarita M" de Alacoque y propagó por todas partes la devoción del Corazón de Jesús (1641-1682).




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