jueves, 27 de septiembre de 2012

EL DESIERTO


Se puede decir que el desierto es el templo sin límites de nuestro Dios. Es allí donde a menudo él se manifiesta a nuestros santos; es en la soledad donde acostumbra a encontrarse con los hombres. En el desierto Moisés, con el rostro inundado de luz, vio a Dios. Allí fue admitido a conversar familiarmente con el Señor, y después de ir al desierto como pastor de ovejas, dejo el desierto y se convirtió en pastor de pueblos.

De la misma manera, cuando el pueblo de Dios debía ser liberado de Egipto y de las obras terrestres, se fue a lugares alejados y se refugió en las soledades. Sí, en el desierto se acercó a Dios, se convirtió en el jefe de su pueblo guiando sus pasos a través del desierto. Los hijos de Israel pudieron, pues, ver el trono de Dios y oír su voz mientras vivieron en la soledad del desierto. Para que el pueblo pudiera entrar un día en posesión de una región que manaba leche y miel, fue necesario que pasara primero por lugares áridos y yermos. Que habite en una tierra inhabitable el que quiera gozar de la dicha del Señor en la tierra de los vivos. Que sea huésped del desierto quien quiera llegar a ser ciudadano de los cielos.

San EUQUERO
Obispo de Lyon (+ 450))

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