miércoles, 19 de septiembre de 2012

PERDONA COMO PERDONAMOS.



La paciencia es un  tipo de fortaleza cristiana. Es más fácil combatir el mal, vencer el mal, que soportarlo. Sabemos los problemas que nacen de la pasividad: el mal introduce sus raíces y  crece a causa de la inercia de los buenos. La paciencia, entonces, sirve como pretexto para la pereza y la debilidad.
A pesar de todo, hay en el mundo problemas que no pueden evitarse. Combatirlos sería como dar con la cabeza contra la pared. En primer lugar, están las enfermedades y los accidentes. No hay que dilatar su curación o solución. En la vida cotidiana soportamos libremente muchas dificultades: el estudio, el examen, los viajes incómodos, el vecino poco simpático,  etc. Este tipo de paciencia y otros parecidos pueden ser grandes medios de perfección si las aceptamos como cruces que debemos llevar en el seguimiento a Jesús, es decir con una recta intención, con espíritu de fe, dándole un sentido religioso.
Así pues la paciencia es la virtud que nos enseña a soportar con paz aquellos problemas que no podemos evitar. Esta actitud es razonable, conlleva cierta capitulación. La paciencia debe ser una virtud positiva, no podemos concebirla solo como una razonable rendición; tendrá que tener un sentido más profundo. La paciencia es virtud. Su objetivo no es solo mitigar, sino hacer huir la tristeza y el abatimiento del alma que nos tienta en las dificultades sobrevenidas. Soportamos firmemente, con magnanimidad cualquier adversidad que Dios permite; por eso, no disminuye nuestro deseo de perfección, no hacemos omisión de nuestros deberes, sino que seguimos rigiéndonos con sano juicio y con la voluntad de Dios.

Cardenal Tomás SPIDLIK.
(1919-2010)

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