domingo, 2 de septiembre de 2012

LA LEY.



Nos cuesta imaginar la emoción y el entusiasmo de los israelitas al escuchar las palabras de Moisés preguntándose si alguna nación, por grande que fuera, podía afirmar que sus dioses eran tan cercanos a ellos como Yahvé estaba cerca de Israel. La conciencia de la proximidad de Dios, percibida como una prueba de afecto, ayudaba a entender también que sus mandamientos eran justos. De ahí que esos mandatos no se vieran como una carga pesada, pues formaban parte de esos cuidados de un Dios que no quedaba relegado a un mundo inaccesible, sino que se acercaba a los suyos. La Ley se entendía como manifestación del trato entre los hombres y Dios. El mismo Dios que entregó las tablas de la ley era él que había liberado al pueblo de la esclavitud y lo acompañaba en su travesía del desierto. Dentro de esa relación , y con la experiencia de la libertad ganada al faraón con su auxilio, la ley era deseada y amada. Formaba parte de la nueva condición de hombres libres y, al mismo tiempo, ayudaba a mantener el vínculo con Dios que era el último garante de que no volverían a la esclavitud. Esta relación se sigue dando entre nosotros, pues solo cuando dejamos de percibir a Dios y empezamos a verlo lejano, la ley empieza a parecernos pesada.

Frente a la concepción legalista de los tiempos de Jesús, que privaba al hombre de la libertad que Dios nos da, Jesús nos muestra que la verdadera ley consiste en cumplir la voluntad de Dios. Esta debe ser escuchada y meditada , y ser observada en la persona de Cristo, que es el único que no la tergiversa porque su corazón está totalmente unido al del Padre. El apóstol Santiago nos recuerda que todo beneficio y todo don perfecto vienen de arriba. A nosotros nos ha llegado a través de Jesucristo. Al señalar esto, nos recuerda constantemente que tenemos que estar pendientes del cielo, frente a la tentación de reducir la religión a nuestra medida, y hacerla “a la carta”. De forma sintética señala que la ley que hemos de llevar a la práctica consiste en visitar huérfanos y viudas en tribulaciones es decir, en el precepto de amor enseñado por Cristo. Solo desde Cristo se alcanza a comprender la belleza y la exigencia de los mandamientos y de todas las enseñanzas, porque en él encontramos al Dios cercano que nos ama.


David AMADO FERNÁNDEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario