domingo, 28 de octubre de 2012

HABLAR A UN NIÑO DE LA MUERTE


La muerte es muchas veces un tema tabú. Cuando sobreviene, los adultos se encuentran sin palabras. ¿Cuándo y como hablar de la muerte a los niños? ¿Qué decirles sobre ese misterio y la esperanza cristiana? 

Isabel con sus cuatro añitos pregunta lo que es la vejez. Su mama le explica que, después de una larga vida, pero antes de morir, se es viejo. Algunos días más tarde, en el mercado, enseñando con el dedo a una persona de edad, la niña exclama: “Mira, Mama, ¡la señora está casi muerta!”. ¿Cómo hablar de la muerte a un niño? Lo más sencillamente posible. Porque la muerte forma parte de la vida. Y porque el niño necesita estar acompañado frente al misterio y a la herida que es la muerte.

Madre, abuela, y casi bisabuela, Clotilde se acuerda muy bien del silencio que rodeó la muerte de su hermanito.”Tenía siete años. Apenas yo había visto al bebe que acababa de nacer que me mandaron a casa de mi abuelo, sin saber el por qué. De hecho, mi hermano prematuro tenía una malformación cardiaca que no se podía operar durante la guerra. Mi abuelo me dijo que habia muerto sin manifestar emoción y sin preocuparse de lo que entendía. De vuelta a casa, me pareció haber soñado con ese bebe. No había rastro de su nacimiento, habían quitado la cuna, ni una lágrima y sobre todo un silencio inmenso, como si no había pasado nada. Pensé que la muerte de un niño no tenía importancia y me sentía amenazada: ¡mi vida no valía nada! Necesite años para volver a encontrar paz.

Queriendo sobreproteger al niño, se provoca una herida más profunda todavía. “Lo que traumatiza, es ocultar, no decir nada, o peor: mentir”, dice una especialista. Tampoco hay que carear violentamente el niño y la muerte. Solamente decir la verdad. Un equilibrio que depende de la edad, de su relación con la persona fallecida y también de la pena del adulto que acompaña al niño.

Las palabras sencillas ahuyentan los miedos.

Pablo, 15 meses, murió durmiendo. Cuando sus padres lo descubrieron, era demasiado tarde. Por la mañana, tuvieron decirlo a sus tres hermanos mayores. “queríamos a cualquier precio evitar las palabras falsas, como decir que se había dormido, les hemos dicho la verdad. Preguntaron todo lo que les pasaba por la cabeza y procuramos contestar con paciencia. Luego, hemos ido hacia la cuna de Pablo para ver la realidad.” Tres días más tarde, en el entierro, Martín exclamó: “pero… si es su bautismo”. “Me dejo sin reacción: Pablo iba a vivir una vida nueva en el corazón de Dios.”

Hay que hablar de la muerte, incluso cuando ronda por ahí… si se dice “morir” en un hospital, nadie ha oído, hay un vacío y se habla de otra cosa.  “la muerte es cuando se ha terminado la vida”. No hay que buscar más allá: las palabras sencillas hacen desaparecer los miedos. Por supuesto no se trata de rodear al niño con un clima abrumador sino de hacerle entender que la muerte no es lo que ve en la tele o en los juegos informáticos.  Los padres pueden encontrar mil ocasiones para hablar de la muerte. Sin banalizar: es importante hacer comprender el carácter definitivo de la muerte: no se tiene varias vidas como en los juegos-videos

L0s niños no tienen miedo a la muerte, quieren comprenderla. Si se explica con alegría el principio de la vida, ¿por qué dudar al hablar del fin?  Si se ve un niño después de un fallecimiento que se encierra violentamente sobre sí mismo, niega la muerte y su pena, hágalo llorar. Hay que vaciarle de su pena a fin de que no se forme una ponzoña de dolor que volvería más tarde.

Saber confiar en el niño.

Los que tienen una educación cristiana saben ya algo de la muerte. La familia¸ el catecismo se acercan al problema de la vida, la muerte y la Resurrección de Jesús. Si Jesús ha muerto, es natural que los hombres también lo hagan.

Pero ¿hay que llevar el niño al entierro? ¿Al hospital? ¿Dejarle tocar el cuerpo muerto de su abuela? El primer criterio es el deseo del niño. Sabe lo que puede vivir y lo que lo sobrepasa. El niño puede soportarlo todo. Hay dramas peores que el duelo. Pero hay que acompañarle con atención. Lo que pasa es que la familia está tan dolorida e inmersa en su pena que pueden no estar disponibles al niño.

 Atreverse a decir la fe en la Resurrección.

También los adultos están organizando la ceremonia, el papeleo, las llamadas y dejan muchas veces de lado al niño, esperando así protegerle. Sin embargo es capital para el niño saber lo que pasa alrededor suyo. Hay que darle la oportunidad de expresarse.

Finalmente los padres deben compartir con el hijo su esperanza cristiana. La muerte es un misterio que la Iglesia acompaña y los adultos deben hablarle de su fe en la resurrección, que la muerte no es el fin de todo, que es una trasformación con esperanza. Es esencial tranquilizar al niño y hacerle entender que la vida sigue.

 
                                                                                  Christophe HENNING

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