Dice Santo Tomás de Aquino:
“los dones del Espíritu Santo recibidos en el Bautismo capacitan a las almas
para someterse a las mociones divinas”.
¿Qué hemos de hacer para que el
Señor nos haga beneficiarios de ellas en la mayor medida posible?
A continuación damos cierto
número de condiciones que favorecen su manifestación.
PRACTICAR LA
ALABANZA Y LA
GRATITUD.
Quizá lo que nos impide recibir
de Dios unas gracias más abundantes es simplemente no reconocer las que nos ha
concedido y no agradecérselas suficientemente.
No hay duda de que si damos
gracias a Dios con todo nuestro corazón por cada gracia recibida, en especial
por las inspiraciones, Él nos concederá aún más.
No se trata de actuar con
cálculo, sino ser conscientes de que nuestra ingratitud con respecto a Dios cierra
su gracia. Bendice alma mía a Yahvé y no
olvides ninguno de sus favores (Salmo103, 2). La alabanza purifica el
corazón y lo dispone maravillosamente a recibir la gracia divina y las mociones
del Espíritu Santo.
DESEARLAS Y PEDIRLAS.
Por supuesto es preciso
desearlas y pedirlas con frecuencia en la oración: pedid y se os dará (LC 11,9). Esa debería ser una de las peticiones
que dirigimos a Dios con mayor frecuencia:
Debemos pedirlo en todas las circunstancias de nuestra vida.
En momentos especiales, ante una decisiones importantes, o cuando tenemos
la impresión de que nuestra vida con el
Señor se estanca un poco y hemos de vivificarla, y sería bien sorprendente que
Dios no nos responda entonces con sus inspiraciones.
ESTAR DECIDIDOS A NO NEGAR A DIOS COSA ALGUNA.
Cuanto mayor es nuestra actitud
de plena fidelidad, más nos favorece Dios con sus inspiraciones. Debemos
fortalecernos sin cesar en el propósito de ser dóciles a Dios, cuidando de que
el demonio no se sirva jamás de él para turbarnos con inquietudes o para
descorazonarnos cuando se produzcan nuestras inevitables caídas.
Para conseguir que Dios nos
desvele su voluntad a través de sus inspiraciones. Es preciso empezar por
obedecer a los deseos de Dios que ya conocemos. Esto tiene varios campos de
aplicación.
Cada fidelidad a la gracia
atrae gracias nueva, siempre más abundantes. Si, al contrario, somos
negligentes, correrán el riesgo de hacerse más escasas. Si existe en nosotros
un deseo sincero de fidelidad en los ámbitos normales de las enseñanzas de
Jesús y la Iglesia ,
vida familiar o profesional, el Espíritu de Dios nos favorecerá con más
mociones.
VIVIR EL ABANDONO.
Lo que nos impide en gran
manera hacernos santos es, sin duda, nuestra dificultad para aceptar plenamente
todo lo que nos sucede. No en el
sentido de un fatalismo que nos haría completamente pasivos, sino en el
abandono confiado y total en las manos del Padre.
Cuando nos enfrentamos a
acontecimientos dolorosos, aunque no nos rebelemos, los sufrimos de mal grado o
nos resignamos pasivamente. No obstante, Dios nos invita a una actitud más
fecunda y positiva: hacer como Santa Teresita que decía: yo elegí todo, es decir: Yo elijo todo o que Dios quiere para mí. No
me limito a sufrir, sino, por una decisión libre de mi voluntad, decido elegir lo que no he elegido. Quiero
todo lo que me contraría. Exteriormente esto no cambia en nada la situación,
pero interiormente lo cambia todo: esa aceptación Inspirada por el amor y la confianza,
me hace libre y permite a Dios sacar un bien de todo lo que me sucede, bueno o
malo.
VIVIR EL DESPRENDIMIENTO.
No podemos recibir las mociones
del Espíritu si estamos endurecidos, apegados a nuestros bienes, a nuestras
ideas y criterios. Para dejarnos guiar por el Espíritu de Dios, necesitamos una
gran docilidad y una flexibilidad que se adquieren poco a poco a través de la práctica
del desprendimiento. Es preciso conservar una especie de libertad, de distancia
y de reserva interior que hace que si se nos impide una cosa, tal costumbre, relación
o proyecto personal, no hagamos un drama. Este desprendimiento debe practicarse
en todos los aspectos de nuestra vida.
El aspecto material no es el más importante: a veces se ve más
obstaculizado el avance espiritual por el apego a determinadas ideas, criterios
y comportamientos propios.
El apego a nuestro propio
“saber”, incluso cuando se traza unos fines que son excelentes, es quizás el
peor obstáculo a la docilidad al Espíritu, cuanto más grave que suele ser
inconsciente. Como el bien pretendido es bueno, nos justificamos de quererlo con
una obstinación que nos ciega. Nunca se dará una coincidencia perfecta entre la
sabiduría de Dios y la nuestra, así que jamás estaremos dispensados de vivir el
desprendimiento en relación con nuestros criterios personales, por bien intencionados
que sean.
VIVIR EN EL SILENCIO Y LA
PAZ.
El silencio no es un vacío,
sino que es paz, atención a la presencia de Dios y a la presencia del Otro,
espera confiada y esperanza en Dios. Evidentemente, el exceso de ruido – no solamente en sentido físico,
sino en el de ese torbellino incesante de pensamientos, imaginación, etc. en
que nos solemos dejar atapar, y que no hacen más que alimentar nuestras
preocupaciones, temores o insatisfacciones – deja al Espíritu Santo muy pocas
posibilidades de poder expresarse. El silencio no es un “vacío”, sino una
actitud general de interioridad que permite preservar en nuestro corazón una
“celda interior” en la que estamos en presencia de Dios y conversamos con Él.
PERSEVERAR EN LA ORACIÓN.
Esas aptitudes facilitan la
manifestación del Espíritu Santo, pero solo podremos adquirirlas
progresivamente y exigen una plena fidelidad a la oración. Es provechoso dedicar,
fiel y regularmente, un tiempo a esta práctica de la silenciosa oración personal
que el mismo Jesús nos recomienda: “Cuando
te pongas a orar, entra en tu habitación y, cerrada la puerta, ora a tu Padre
que está en lo oculto.”
EXAMINAR LOS MOVIMIENTOS DE NUESTRO CORAZÓN.
¿Dónde nacen esas inspiraciones
de la gracia? No nacen en nuestra imaginación o en nuestra cabeza, sino que
surgen en lo más íntimo de nuestro corazón. Para reconocerlas es preciso estar
atentos a lo que ocurre en él, y saber distinguir si esos movimientos provienen
de nuestra naturaleza, de la acción del demonio o de la influencia del Espíritu
Santo. Se trata de vivir en tal disposición habitual de deseo de Dios, de paz,
de oración, de atención a lo que sucede en nosotros que, si hace surgir en nuestro
interior algún movimiento de la gracia, no sea ahogado en el ruido de fondo de
otras demandas o emociones sino que pueda ser reconocido como una inspiración
divina.
Jacques PHILIPPE.
NOTA: dentro de algunos días,
pondré otro capítulo sobre “Como se reconoce que una inspiración procede de
Dios?. He preferido separar en dos para dar tiempo de meditar, pensar y
asimilar cada capítulo. CHANTAL
Amiga Chantal, me ha gustado mucho tu capítulo. El Paráclito es Quién nos llena del amor del Padre y del Hijo. Todos los hombres reciben sus dones en forma de inspiración orientándolos para que hagan la voluntad del Padre; pero hay quién vive en "noche oscura"y vive feliz porque sabe que es Dios Quién lo permite para que el alma lo busque con vehemencia, porque le agrada desaparecer...y aparecer cuando el alma está atribulada porque cree que lo ha perdido para siempre. Espero el segundo artículo que ya sé que va a ser muy instructiva.Un beso. Rosadeabril.
ResponderEliminar