domingo, 26 de mayo de 2013

LAS INSPIRACIONES DEL ESPÍRITU SANTO.


 

 

Dice Santo Tomás de Aquino: “los dones del Espíritu Santo recibidos en el Bautismo capacitan a las almas para someterse a las mociones divinas”.

¿Qué hemos de hacer para que el Señor nos haga beneficiarios de ellas en la mayor medida posible?

A continuación damos cierto número de condiciones que favorecen su manifestación.

 

PRACTICAR LA ALABANZA Y LA GRATITUD.

Quizá lo que nos impide recibir de Dios unas gracias más abundantes es simplemente no reconocer las que nos ha concedido y no agradecérselas suficientemente.

No hay duda de que si damos gracias a Dios con todo nuestro corazón por cada gracia recibida, en especial por las inspiraciones, Él nos concederá aún más.

No se trata de actuar con cálculo, sino ser conscientes de que nuestra ingratitud con respecto a Dios cierra su gracia. Bendice alma mía a Yahvé y no olvides ninguno de sus favores (Salmo103, 2). La alabanza purifica el corazón y lo dispone maravillosamente a recibir la gracia divina y las mociones del Espíritu Santo.

 

DESEARLAS Y PEDIRLAS.

Por supuesto es preciso desearlas y pedirlas con frecuencia en la oración: pedid y se os dará (LC 11,9). Esa debería ser una de las peticiones que dirigimos a Dios con mayor frecuencia:

Debemos pedirlo  en todas las circunstancias de nuestra vida. En momentos especiales, ante una decisiones importantes, o cuando tenemos la  impresión de que nuestra vida con el Señor se estanca un poco y hemos de vivificarla, y sería bien sorprendente que Dios no nos responda entonces con sus inspiraciones.

 

ESTAR DECIDIDOS A NO NEGAR A DIOS COSA ALGUNA.

Cuanto mayor es nuestra actitud de plena fidelidad, más nos favorece Dios con sus inspiraciones. Debemos fortalecernos sin cesar en el propósito de ser dóciles a Dios, cuidando de que el demonio no se sirva jamás de él para turbarnos con inquietudes o para descorazonarnos cuando se produzcan nuestras inevitables caídas.

Para conseguir que Dios nos desvele su voluntad a través de sus inspiraciones. Es preciso empezar por obedecer a los deseos de Dios que ya conocemos. Esto tiene varios campos de aplicación.

Cada fidelidad a la gracia atrae gracias nueva, siempre más abundantes. Si, al contrario, somos negligentes, correrán el riesgo de hacerse más escasas. Si existe en nosotros un deseo sincero de fidelidad en los ámbitos normales de las enseñanzas de Jesús y la Iglesia, vida familiar o profesional, el Espíritu de Dios nos favorecerá con más mociones.

 

VIVIR EL ABANDONO.

Lo que nos impide en gran manera hacernos santos es, sin duda, nuestra dificultad para aceptar plenamente todo lo que nos sucede. No en el sentido de un fatalismo que nos haría completamente pasivos, sino en el abandono confiado y total en las manos del Padre.

Cuando nos enfrentamos a acontecimientos dolorosos, aunque no nos rebelemos, los sufrimos de mal grado o nos resignamos pasivamente. No obstante, Dios nos invita a una actitud más fecunda y positiva: hacer como Santa Teresita que decía: yo elegí todo, es decir: Yo elijo todo o que Dios quiere para mí. No me limito a sufrir, sino, por una decisión libre de mi voluntad, decido elegir lo que no he elegido. Quiero todo lo que me contraría. Exteriormente esto no cambia en nada la situación, pero interiormente lo cambia todo: esa aceptación Inspirada por el amor y la confianza, me hace libre y permite a Dios sacar un bien de todo lo que me sucede, bueno o malo.

 

VIVIR EL DESPRENDIMIENTO.

No podemos recibir las mociones del Espíritu si estamos endurecidos, apegados a nuestros bienes, a nuestras ideas y criterios. Para dejarnos guiar por el Espíritu de Dios, necesitamos una gran docilidad y una flexibilidad que se adquieren poco a poco a través de la práctica del desprendimiento. Es preciso conservar una especie de libertad, de distancia y de reserva interior que hace que si se nos impide una cosa, tal costumbre, relación o proyecto personal, no hagamos un drama. Este desprendimiento debe practicarse en todos los aspectos de nuestra vida.  El aspecto material no es el más importante: a veces se ve más obstaculizado el avance espiritual por el apego a determinadas ideas, criterios y comportamientos propios.

El apego a nuestro propio “saber”, incluso cuando se traza unos fines que son excelentes, es quizás el peor obstáculo a la docilidad al Espíritu, cuanto más grave que suele ser inconsciente. Como el bien pretendido es bueno, nos justificamos de quererlo con una obstinación que nos ciega. Nunca se dará una coincidencia perfecta entre la sabiduría de Dios y la nuestra, así que jamás estaremos dispensados de vivir el desprendimiento en relación con nuestros criterios personales, por bien intencionados que sean.

 

VIVIR EN EL SILENCIO Y LA PAZ.

El silencio no es un vacío, sino que es paz, atención a la presencia de Dios y a la presencia del Otro, espera confiada y esperanza en Dios. Evidentemente, el exceso  de ruido – no solamente en sentido físico, sino en el de ese torbellino incesante de pensamientos, imaginación, etc. en que nos solemos dejar atapar, y que no hacen más que alimentar nuestras preocupaciones, temores o insatisfacciones – deja al Espíritu Santo muy pocas posibilidades de poder expresarse. El silencio no es un “vacío”, sino una actitud general de interioridad que permite preservar en nuestro corazón una “celda interior” en la que estamos en presencia de Dios y conversamos con Él.

 

 

 

 

 

PERSEVERAR EN LA ORACIÓN.

Esas aptitudes facilitan la manifestación del Espíritu Santo, pero solo podremos adquirirlas progresivamente y exigen una plena fidelidad a la oración. Es provechoso dedicar, fiel y regularmente, un tiempo a esta práctica de la silenciosa oración personal que el mismo Jesús nos recomienda: “Cuando te pongas a orar, entra en tu habitación y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo oculto.”

 

EXAMINAR LOS MOVIMIENTOS DE NUESTRO CORAZÓN.

¿Dónde nacen esas inspiraciones de la gracia? No nacen en nuestra imaginación o en nuestra cabeza, sino que surgen en lo más íntimo de nuestro corazón. Para reconocerlas es preciso estar atentos a lo que ocurre en él, y saber distinguir si esos movimientos provienen de nuestra naturaleza, de la acción del demonio o de la influencia del Espíritu Santo. Se trata de vivir en tal disposición habitual de deseo de Dios, de paz, de oración, de atención a lo que sucede en nosotros que, si hace surgir en nuestro interior algún movimiento de la gracia, no sea ahogado en el ruido de fondo de otras demandas o emociones sino que pueda ser reconocido como una inspiración divina.

 

Jacques PHILIPPE.

 

NOTA:  dentro de algunos días, pondré otro capítulo sobre “Como se reconoce que una inspiración procede de Dios?. He preferido separar en dos para dar tiempo de meditar, pensar y asimilar cada capítulo.   CHANTAL

 

1 comentario:

  1. Amiga Chantal, me ha gustado mucho tu capítulo. El Paráclito es Quién nos llena del amor del Padre y del Hijo. Todos los hombres reciben sus dones en forma de inspiración orientándolos para que hagan la voluntad del Padre; pero hay quién vive en "noche oscura"y vive feliz porque sabe que es Dios Quién lo permite para que el alma lo busque con vehemencia, porque le agrada desaparecer...y aparecer cuando el alma está atribulada porque cree que lo ha perdido para siempre. Espero el segundo artículo que ya sé que va a ser muy instructiva.Un beso. Rosadeabril.

    ResponderEliminar