jueves, 30 de mayo de 2013

EL AMOR A DIOS EN LA ANCIANIDAD.


El sucesor de Pedro sabe que en su persona y en su actividad es la ley de la gracia y del amor la que lo sostiene, lo vivifica y lo adorna todo, y de cara al mundo entero, es en el intercambio de amor entre Jesús y él (Simón Pedro, hijo de Juan) donde la Iglesia encuentra su sostén: Jesús invisible a los ojos de la carne, y el papa, vicario de Cristo, visible a los ojos del mundo entero. Mi vida debe ser todo amor por Jesús y, al mismo tiempo, efusión total de bondad y de sacrificio para cada alma y para el mundo entero.
Es el mismo Jesús quien lo anuncia a Pedro: te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. Por la gracia del Señor, todavía no he entrado en esta “vejez”, pero con mis ochenta años ya cumplidos me encuentro en el umbral. Debo, pues, estar a punto para este último periodo de mi vida en el que me esperan limitaciones y sacrificios, hasta el sacrificio de mi vida corporal y la apertura a la vida eterna. OH Jesús, heme aquí a punto de extender mis manos, mis manos ya temblorosas y débiles, y a permitir que otro me ayude a vestir y me sostenga en el camino. Señor, al dirigirte a Pedro has añadido: te llevarán adonde no quieras. Después de tantas gracias que me has concedido durante mi larga vida, ya no hay nada que yo no quiera. Eres Tú quien me ha abierto el camino, OH Jesús: Te seguiré adondequiera que vayas.

BEATO JUAN XXIII.
1881-1963

domingo, 26 de mayo de 2013

LAS INSPIRACIONES DEL ESPÍRITU SANTO.


 

 

Dice Santo Tomás de Aquino: “los dones del Espíritu Santo recibidos en el Bautismo capacitan a las almas para someterse a las mociones divinas”.

¿Qué hemos de hacer para que el Señor nos haga beneficiarios de ellas en la mayor medida posible?

A continuación damos cierto número de condiciones que favorecen su manifestación.

 

PRACTICAR LA ALABANZA Y LA GRATITUD.

Quizá lo que nos impide recibir de Dios unas gracias más abundantes es simplemente no reconocer las que nos ha concedido y no agradecérselas suficientemente.

No hay duda de que si damos gracias a Dios con todo nuestro corazón por cada gracia recibida, en especial por las inspiraciones, Él nos concederá aún más.

No se trata de actuar con cálculo, sino ser conscientes de que nuestra ingratitud con respecto a Dios cierra su gracia. Bendice alma mía a Yahvé y no olvides ninguno de sus favores (Salmo103, 2). La alabanza purifica el corazón y lo dispone maravillosamente a recibir la gracia divina y las mociones del Espíritu Santo.

 

DESEARLAS Y PEDIRLAS.

Por supuesto es preciso desearlas y pedirlas con frecuencia en la oración: pedid y se os dará (LC 11,9). Esa debería ser una de las peticiones que dirigimos a Dios con mayor frecuencia:

Debemos pedirlo  en todas las circunstancias de nuestra vida. En momentos especiales, ante una decisiones importantes, o cuando tenemos la  impresión de que nuestra vida con el Señor se estanca un poco y hemos de vivificarla, y sería bien sorprendente que Dios no nos responda entonces con sus inspiraciones.

 

ESTAR DECIDIDOS A NO NEGAR A DIOS COSA ALGUNA.

Cuanto mayor es nuestra actitud de plena fidelidad, más nos favorece Dios con sus inspiraciones. Debemos fortalecernos sin cesar en el propósito de ser dóciles a Dios, cuidando de que el demonio no se sirva jamás de él para turbarnos con inquietudes o para descorazonarnos cuando se produzcan nuestras inevitables caídas.

Para conseguir que Dios nos desvele su voluntad a través de sus inspiraciones. Es preciso empezar por obedecer a los deseos de Dios que ya conocemos. Esto tiene varios campos de aplicación.

Cada fidelidad a la gracia atrae gracias nueva, siempre más abundantes. Si, al contrario, somos negligentes, correrán el riesgo de hacerse más escasas. Si existe en nosotros un deseo sincero de fidelidad en los ámbitos normales de las enseñanzas de Jesús y la Iglesia, vida familiar o profesional, el Espíritu de Dios nos favorecerá con más mociones.

 

VIVIR EL ABANDONO.

Lo que nos impide en gran manera hacernos santos es, sin duda, nuestra dificultad para aceptar plenamente todo lo que nos sucede. No en el sentido de un fatalismo que nos haría completamente pasivos, sino en el abandono confiado y total en las manos del Padre.

Cuando nos enfrentamos a acontecimientos dolorosos, aunque no nos rebelemos, los sufrimos de mal grado o nos resignamos pasivamente. No obstante, Dios nos invita a una actitud más fecunda y positiva: hacer como Santa Teresita que decía: yo elegí todo, es decir: Yo elijo todo o que Dios quiere para mí. No me limito a sufrir, sino, por una decisión libre de mi voluntad, decido elegir lo que no he elegido. Quiero todo lo que me contraría. Exteriormente esto no cambia en nada la situación, pero interiormente lo cambia todo: esa aceptación Inspirada por el amor y la confianza, me hace libre y permite a Dios sacar un bien de todo lo que me sucede, bueno o malo.

 

VIVIR EL DESPRENDIMIENTO.

No podemos recibir las mociones del Espíritu si estamos endurecidos, apegados a nuestros bienes, a nuestras ideas y criterios. Para dejarnos guiar por el Espíritu de Dios, necesitamos una gran docilidad y una flexibilidad que se adquieren poco a poco a través de la práctica del desprendimiento. Es preciso conservar una especie de libertad, de distancia y de reserva interior que hace que si se nos impide una cosa, tal costumbre, relación o proyecto personal, no hagamos un drama. Este desprendimiento debe practicarse en todos los aspectos de nuestra vida.  El aspecto material no es el más importante: a veces se ve más obstaculizado el avance espiritual por el apego a determinadas ideas, criterios y comportamientos propios.

El apego a nuestro propio “saber”, incluso cuando se traza unos fines que son excelentes, es quizás el peor obstáculo a la docilidad al Espíritu, cuanto más grave que suele ser inconsciente. Como el bien pretendido es bueno, nos justificamos de quererlo con una obstinación que nos ciega. Nunca se dará una coincidencia perfecta entre la sabiduría de Dios y la nuestra, así que jamás estaremos dispensados de vivir el desprendimiento en relación con nuestros criterios personales, por bien intencionados que sean.

 

VIVIR EN EL SILENCIO Y LA PAZ.

El silencio no es un vacío, sino que es paz, atención a la presencia de Dios y a la presencia del Otro, espera confiada y esperanza en Dios. Evidentemente, el exceso  de ruido – no solamente en sentido físico, sino en el de ese torbellino incesante de pensamientos, imaginación, etc. en que nos solemos dejar atapar, y que no hacen más que alimentar nuestras preocupaciones, temores o insatisfacciones – deja al Espíritu Santo muy pocas posibilidades de poder expresarse. El silencio no es un “vacío”, sino una actitud general de interioridad que permite preservar en nuestro corazón una “celda interior” en la que estamos en presencia de Dios y conversamos con Él.

 

 

 

 

 

PERSEVERAR EN LA ORACIÓN.

Esas aptitudes facilitan la manifestación del Espíritu Santo, pero solo podremos adquirirlas progresivamente y exigen una plena fidelidad a la oración. Es provechoso dedicar, fiel y regularmente, un tiempo a esta práctica de la silenciosa oración personal que el mismo Jesús nos recomienda: “Cuando te pongas a orar, entra en tu habitación y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo oculto.”

 

EXAMINAR LOS MOVIMIENTOS DE NUESTRO CORAZÓN.

¿Dónde nacen esas inspiraciones de la gracia? No nacen en nuestra imaginación o en nuestra cabeza, sino que surgen en lo más íntimo de nuestro corazón. Para reconocerlas es preciso estar atentos a lo que ocurre en él, y saber distinguir si esos movimientos provienen de nuestra naturaleza, de la acción del demonio o de la influencia del Espíritu Santo. Se trata de vivir en tal disposición habitual de deseo de Dios, de paz, de oración, de atención a lo que sucede en nosotros que, si hace surgir en nuestro interior algún movimiento de la gracia, no sea ahogado en el ruido de fondo de otras demandas o emociones sino que pueda ser reconocido como una inspiración divina.

 

Jacques PHILIPPE.

 

NOTA:  dentro de algunos días, pondré otro capítulo sobre “Como se reconoce que una inspiración procede de Dios?. He preferido separar en dos para dar tiempo de meditar, pensar y asimilar cada capítulo.   CHANTAL

 

jueves, 23 de mayo de 2013

LA VIOLENCIA IDEOLÓGICA.


La violencia ideológica, fruto del fanatismo y de la incapacidad de comprender a los demás a menos que se sometan, no he desaparecido en nuestros días. Todavía el hombre busca una salvación propia, busca una justicia y una autojustificación que lleva a toda clase de aberraciones, pago de una posesión en la que se cree totalmente patrón, y no servidor, de la verdad.
La situación de S. Pablo en su vida como judío fariseo instruye respecto de algunas de las perversiones más profundas. Las que afrontará Jesús en el Evangelio cuando dirá: “los pecadores los precederán en el Reino de los cielos” quiere decir que quien comete pecados porque, por ejemplo, se emborracha o se deja vencer por la sensualidad, ciertamente comete pecado, pero siempre, de algún modo, es consciente de haber hecho mal: tiene necesidad de comprensión, de ayuda y de misericordia para vencer su debilidad, y confiesa que es frágil. En cambio, Pablo no habría confesado ser frágil y débil. Y este es el pecado que Jesús ataca en los fariseos: esa perversión fundamental por la que el hombre se hace salvación de sí mismo y, creyendo haber llegado a la cumbre de la perfección, llega a las más graves aberraciones de la violencia.

Carlo María MONTINI.

jueves, 16 de mayo de 2013

QUE TODOS SEAN UNO.


Cuando los cristianos oran juntos, parece más cercana la meta de la unidad. La larga historia de los cristianos marcada por múltiples fragmentaciones parece construirse de nuevo tendiendo hacia la fuente de su unidad que es Jesucristo. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. Cristo está realmente presente en la comunión de la oración; Él ora “en nosotros”, “con nosotros” y “por nosotros”. Es Él quien guía nuestra oración en el Espíritu Consolador que prometió y dio a la Iglesia en el Cenáculo de Jerusalén, cuando la constituyó en su unidad original.
Sobre el camino ecuménico de la unidad, la oración común es, ciertamente, la que tiene la prioridad, la unión orante de los que se reúnen alrededor del mismo Cristo. Si a pesar de sus divisiones, saben cada vez más unirse en una oración común en torno a Cristo, entonces se desarrollará la conciencia de los límites de lo que les divide comparado con los que les une. Si se encuentran cada vez más a menudo, más asiduamente delante de Cristo en la oración, podrán ser valientes para enfrentarse a toda la dolorosa y humana realidad de las divisiones y se reencontrarán juntos en la comunidad de la Iglesia que Cristo forma sin cesar en el Espíritu Santo, a pesar de todas las debilidades y de todos los límites humanos.

BEATO JUAN PABLO II.

domingo, 12 de mayo de 2013

JESÚS SUBE AL CIELO CON SU HUMANIDAD.

Jesús sube al cielo con su humanidad. San Lucas nos relata que, después de que Cristo se separara de los apóstoles para subir al cielo, ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría. Parece como une contradicción, pero Benedicto XVI ha explicado el sentido de esa alegría: “El cielo, la palabra cielo, no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad. Aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con Él”.
Los apóstoles, en la ascensión vieron que Jesús no se había unido a la humanidad solo por un tiempo para realizar una obra ciertamente admirable, sino que comprendieron que la obra iniciada con su muerte y resurrección continuaba, ya que Jesús, lejos de despojarse de su humanidad, la llevaba consigo junto a Dios. Quien se elevaba estaba vivo e iba a seguir junto a ellos. Por ello ha señalado el Papa que la Iglesia no existe para suplir la ausencia de Cristo sobre la tierra, sino que, al contrario, es el signo de su presencia y acción en el mundo. Por esta razón los apóstoles reciben el mandato de ser testigo de todo lo que ha sucedido en el mundo. Y este testimonio no se agota en la persona de los que vivieron junto al Señor, sino que continua hoy precisamente porque, por la acción del Espíritu Santo, nosotros seguimos encontrándonos con Cristo, que vive.
Sin embargo, como indican los ángeles a los apóstoles, no podemos quedarnos plantados mirando al cielo, porque Cristo no se ha ido para dejarnos, sino para llevarnos junto con Él. El testimonio es la expresión de esa unión con él, ya que significa hablar de lo que nos sucede, comunicar lo que vivimos con Él. Esa es la razón de nuestra alegría.

David AMADO FERNÁNDEZ

jueves, 9 de mayo de 2013

LA ALEGRIA DE SAN FRANCISCO DE ASIS.


San Francisco de Asís afirmaba: “Contra todas las maquinaciones y las astucias del enemigo, mi mejor defensa es el espíritu de alegría. Jamás el diablo está tan contento como cuando ha podido quitar la alegría del alma de un siervo de Dios. Tiene siempre en reserva un polvo que sopla en la conciencia a través de un tragaluz para hacer volver opaco lo que es puro; pero en vano intenta introducir su veneno mortal en un corazón henchido de gozo. Nada pueden los demonios contra un servidor de Cristo a quien encuentran lleno de santa alegría; pero lo pueden en un alma apesadumbrada y deprimida que fácilmente se deja sumergir en la tristeza o acaparar por falsos placeres”.
Por eso, el mismo santo se esforzaba siempre en mantener el corazón lleno de gozo, conservar este aceite de alegría que su alma había recibido. Cuidaba mucho el evitar la tristeza, la peor de las enfermedades, y cuando se daba cuenta de que ésta empezaba a infiltrarse en su alma, inmediatamente recurría a la oración. Decía: “En cuanto empieza a experimentar la primera turbación, el siervo de Dios debe levantarse, ponerse a orar y permanecer ante el Padre todo el tiempo necesario hasta que este le haya hecho recobrar el gozo del que está salvado.

Tomás DE CELÁNO
Biógrafo de S. Francisco de Asís y de Sta. Clara.


domingo, 5 de mayo de 2013

ESTAR EN COMPAÑIA DE JESÚS.


Estaba una vez recogida con esta compañía que traigo siempre en el alma y pareciome estar Dios de manera en ella, que me acordé cuando san Pedro dijo: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo porque así estaba Dios vivo en mi alma. Esto no es como otras visiones, porque lleva fuerza con la fe; de manera que no se puede dudar que está la Trinidad por presencia y por potencia y esencia en nuestras almas. Es cosa de grandísimo provecho entender esta verdad. Y como estaba espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma, entendí: “No es baja, hija mía, pues está hecha a mi imagen”.
Estando una vez con esta presencia de las tres Personas que traigo en el alma, era con tanta luz que no se puede dudar el estar Dios allí vivo y verdadero. Yo estaba pensando cuan recio era el vivir que nos privaba de no estar así siempre en aquella admirable compañía, y díjome el Señor: “Piensa, hija, como después de acabada, no me puedes servir en lo que ahora, y comes por mí y duermes por mí, y todo lo que hicieres sea por mí, como si no lo vieses tú ya, sino Yo, que esto es lo que dice san Pablo”.

SANTA TERESA DE JESÚS.

sábado, 4 de mayo de 2013

LA MORTIFICACIÓN.

Una enérgica mortificación es parte esencial de la fe cristiana.  Jesús dijo: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” y “Quien no carga con su cruz y viene tras de Mí, no puede ser mi discípulo”. Es patente que la mortificación no es opcional; no hay otra alternativa: la mortificación es un camino generoso de salvación a disposición de la humanidad.
Hay que dejar bien claro que, con toda certeza, la mortificación no es una negación de la bondad del mundo. Los cristianos sacrifican las cosas mejores no porque piensen que el mundo es malo y debe ser condenado a muerte, sino porque saben que el mundo es muy bueno… tan bueno que nos puede distraer de lo que es mucho mejor, y desviarnos así de nuestro camino hacia la casa del Padre . Como los Israelitas, podemos querer regresar a Egipto o divertirnos en Babilonia. Podemos optar por agradables pasatiempos en lugar de ir a confesar, ir a Misa o visitar a nuestra abuela en la residencia... La cuestión es preferir unos bienes menores a unos bienes mayores, o al bien en sí mismo.

Scott HAHN.

miércoles, 1 de mayo de 2013

¿QUÉ ES LA FE ?

Cuando se hace esa pregunta a la gente, la reacción es de desconcierto. Aparece como un tema que se da por supuesto, pero en realidad no se sabe o nunca se ha parado uno en pensar en ello. Las respuestas más rápidas y frecuentes suelen ser: “Creer en Dios, en la Virgen…en los Santos… Se sorprenden cuando les decimos que se olviden de momento, de Dios y sus santos, pero que la pregunta sigue en pie: ¿Qué es la Fe? Y les preguntamos: ¿Creen en su esposa… en su marido? Y es entonces cuando se empiezan a desgranar actitudes diversas. Creer es: fiarse de otro, dialogar, compartir, perdonar, apoyarse, quererse, volver a empezar, respetarse. Todo con una cualidad de permanencia, para siempre. La conclusión evidente es que sin fe no puede haber matrimonio, ni amistad. Pero yendo más adelante podemos descubrir que casi todas las cosas de nuestra vida ordinaria se generan a partir de una actitud de fe.   Nos fiamos de los profesores, en el supermercado, en los semáforos…
Una vez descubierto que le fe es fundamental en todos los aspectos de nuestra vida, a ras de tierra, es cuando podemos volver a preguntar: ¿Qué es creer en Dios? ¿En Jesucristo? Será fiarnos de Él, amarle de todo corazón, tenerle como Alguien importante por el que estoy dispuesto a dar la vida. Mi vida se construye desde Él y Él pasa a ser el centro de mi vida, como a Pablo :”No soy yo quien vivo sino que es Él que vive en mí”
La fe va mucho más allá del conocimiento aunque también pasa por ahí. No existe un compartimento estanco donde esté encerrada la fe. No puedo dedicar un tiempo al mundo de la fe y otros tiempos al resto de las cosas. Al igual que el compromiso matrimonial afecta y cambia a toda la persona, el compromiso de la fe afecta y cambia a toda la persona que empieza a vivir “desde Dios”: saber cual será Su Voluntad para  hacer coincidir sus pasos con lo que Él quiera.
 

Gonzalo ARNAIZ ÁLVAREZ scj