sábado, 4 de enero de 2014

LA ENCARNACIÓN - EL BAUTISMO.


 
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.   Sois el Cuerpo de Cristo.

Explicar la doctrina expresada en forma tan vivida en estas dos frases no es fácil.

En la Encarnación, el Hijo de Dios se unió hipostáticamente a una naturaleza humana, de suerte que Jesucristo, el Hijo de María, era verdadero Dios y verdadero Hombre, una persona con dos naturalezas. Esto, sin embargo no fue el fin del proceso de unión con la raza humana. Las palabras del Evangelio de San Juan y de las Epístolas de San Pablo dan a entender claramente que nuestro Salvador quiso entrar en una real, aunque misteriosa unión con cada miembro de la raza humana, y une real y verdaderamente cada ser humano con Él mismo en el bautismo, para formar con Él una entidad, un cuerpo, un hombre, un Cristo místico. Pero esta unión no nos hace perder nuestra individualidad. Sin embargo, la unión es tan estrecha que Cristo puede padecer con toda justicia por nuestros pecados, y nosotros podemos con toda justicia utilizar sus méritos como si fueran propios.

Santo Tomás de Aquino cuyas palabras estaban medidas con la precisión característica de aquel príncipe de teólogos, asegura, sin más, que en el bautismo los padecimientos de Cristo se comunican a la persona bautizada - que se hace un miembro de Cristo – como si ella hubiera padecido todos aquellos tormentos. Cristo dio satisfacción por nuestros pecados por el hecho de que somos miembros suyos y formamos con Él un cuerpo. Las acciones de Cristo no pertenecen únicamente a Él, sino también a todos sus miembros.    (Suma teológica, III; cuestión 48, articulo 1 y 2)

 

Eugene BOYLAN.

 

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