jueves, 30 de enero de 2014

LA ORACIÓN 2 Y 3.




la oración no es cuestión de algunos minutos que empleamos en estar de rodillas luchando por encontrar algo que decir. Llega a ser una conciencia más o menos continua de la vida de Jesucristo en nosotros, del crecimiento de Jesucristo en nosotros, de que Jesucristo nos moldea mediante su Providencia con arreglo al deseo de su corazón; nuestra cooperación, nuestra compañía, nuestra sumisión, nuestra sonrisa de rendición, cuando renunciamos a nuestro propio camino con el fin de atenernos al suyo, todo esto es nuestra oración. La mortificación, en lugar de significar hacernos daño, viene a querer decir dar placer, e incluso vida, a Jesucristo. Cada acción del día está intimimamente relacionada con Él.

Eugène BOYLAN

.


Esa es la gran dificultad de la oración. Queremos tratar con Dios teniendo en cuenta nuestra comodidad; queremos hacer un compromiso; queremos trabajar con Él en ciertos momentos  y de ciertas maneras, y, para plantearlo con toda crudeza, queremos desembarazarnos de Él en otras circunstancias. En eso consiste el conflicto. No podemos desembarazarnos de Nuestro Señor por algún tiempo. Él está siempre allí, y, o se le trata como a un amigo permanente o se tendrá una “dificultad” en la oración.
Además, aunque intentemos tenerle en nuestra compañía en todas las ocasiones podemos intentar olvidar que es un Dios crucificado; que siempre se negó a sí mismo; que se entregó; que se dio llegando hasta la obediencia a su Padre de la muerte de cruz. Queríamos tenerle, pero no queremos compartir todos sus ideales, seguir todos sus caminos y resulta que encontramos la oración “difícil”. Ahí está una de las raíces de la relación entre mortificación y oración. La mortificación no es solamente abstener de comer un dulce, que también, sino aceptar a Jesucristo entero, con su cruz.

Eugène BOYLAN





No hay comentarios:

Publicar un comentario