miércoles, 6 de abril de 2016

EL TRONO DE LA CRUZ

El madero de la cruz sostiene al que creó el universo. Padeciendo la muerte para que yo tenga vida, aquel que sostiene el universo está clavado en el madero como un muerto. Aquel que con su aliento infunde vida a los muertos exhala su espíritu desde la cruz. La cruz no le avergüenza, sino que es el trofeo que da testimonio de su victoria total. Está sentado como juez justo en el trono de la cruz. La corona de espinas que lleva en la frente atestigua su victoria: Tened ánimo, yo he ven­cido al mundo y al príncipe de este mundo, llevando el pecado del mundo.
Las mismas piedras del Calvario, donde según una tradición antigua fue enterrado Adán, nuestro primer padre, levantan su voz para testimoniar el triunfo de la cruz. Adán, ¿dónde estás?, grita de nuevo Cristo en la cruz. «He venido hasta aquí en tu busca, y para poderte encontrar he extendido los brazos en la cruz. Con las manos extendidas vuelvo al Padre para darle gracias por haberte encontrado, luego mis brazos se extien­den hacia ti para abrazarte. No he venido para juzgar tu pecado, sino para salvar por mi amor a todos los hombres. No he venido para declararte maldito por tu desobediencia, sino para bendecirte por mi obedien­cia. Te cubriré con mis alas, encontrarás refugio en mi sombra, mi fidelidad te cubrirá con el escudo de la cruz y no temerás el espanto nocturno, porque conocerás el día sin ocaso».
SAN GERMAN DE CONSTANTINOPLA

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