domingo, 3 de abril de 2016

LIBRES DE LA SOBERBIA DE LA VIDA


El enemigo mayor para amar a Dios es la sober­bia de la vida. «Dos amores fundaron dos ciuda­des: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial. La primera ciudad se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios»50. Lo que dificul­ta el amor a Dios, más que la inclinación desorde­nada a las criaturas, es el propio yo. Hay en el hom­bre un antagonismo entre la libertad del amor a Dios y la esclavitud del egoísmo. En un corazón lleno de amor propio no cabe el amor a Dios.

Construimos la ciudad de Dios —el amor a Dios— dejando obrar al Espíritu Santo en noso­tros, para que nos vacíe de nuestro yo y nos llene de Dios. Con su ayuda se trata de dar un giro coper-nicano a nuestra vida, darle la vuelta a nuestro siste­ma planetario: en lugar de girar alrededor de nuestro yo, girar alrededor de Dios; en lugar de buscarnos a nosotros mismos, buscar la gloria de Dios.

«Los peores muros son los que construimos a nuestro alrededor», se leía en unos grafíti del muro de Berlín. El gran obstáculo, que impide que Dios entre en nuestras vidas, que dificulta que penetre en nosotros el amor de Dios, es nuestro propio y0 Es la primera barrera que hay que derribar. Des­truimos ese obstáculo gracias a la libertad qUe Cristo nos ganó «muriendo por todos para que l0s que viven no lo hagan para sí, sino para El, qUe murió y resucitó» (2 Cor 5, 15).

 

 Javier FERNÁNDEZ PACHECO

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