domingo, 10 de abril de 2016

LA LUZ BRILLA EN LAS TINIEBLAS



En Pascua, en la mañana del primer día de la semana, Dios vuelve a decir: Que exista la luz. Antes había venido la noche del monte de los Olivos, el eclipse solar de la pasión y muerte de Jesús, la noche del sepulcro. Pero ahora vuelve a ser el primer día, comienza la crea­ción totalmente nueva. Que exista la luz, dice Dios, y existió la luz. Jesús resucita del sepulcro; la vida es más fuerte que la muerte, el bien es más fuerte que el mal; el amor es más fuerte que el odio, la verdad es más fuerte que la mentira; la oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús resurge de (a tumba y se hace él mismo luz pura de Dios.


Pero esto no se refiere solamente a él, ni se refiere únicamente a la oscuridad de aquellos días. Con la resu­rrección de Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. El nos lleva a todos a la vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad. Él es el nuevo día de Dios. Pero, ¿cómo podemos alcanzar esto sin que se quede sólo en palabras, sino que sea una realidad en la que estamos inmersos? Por el sacramento del bau­tismo y la profesión de la fe, el Señor ha construido un puente para nosotros, a través del cual el nuevo día viene a nosotros. En el bautismo, el Señor dice a aquel que lo recibe: Que exista la luz. El nuevo día, el día de la vida indestructible, llega también a nosotros. Cristo nos toma de la mano: a partir de ahora él nos sosten­drá y así entraremos en la luz, en la vida verdadera.


JOSEPH RATZINGER

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