viernes, 3 de marzo de 2017

SAN PABLO.


El bienaventurado Pablo que nos reúne hoy ha ilumi­nado al mundo entero. Cuando fue llamado se quedó ciego. Pero esta ceguera hizo de él una antorcha para el mundo. Veía para hacer el mal. En su sabiduría, Dios le volvió ciego para iluminarle para el bien. No solamente le manifestó su poder sino que le reveló las entrañas de la fe que iba a predicar. Había que alejar de él todos los prejuicios, cerrar los ojos y perder las luces falsas de la razón para percibir la buena doctrina, hacerse loco para llegar a ser sabio como él mismo dirá más tarde. No hay que pensar que esta vocación le ha sido impuesta. Pablo era libre para escoger.

Impetuoso, vehemente, Pablo tenía necesidad de un freno enérgico para no dejarse llevar por la fuga y des­preciar la llamada de Dios. Dios, pues, de antemano reprimió este ímpetu, cubriéndolo con la ceguera, apa­ciguando su cólera. Luego, le habló. Le dio a conocer su sabiduría inefable para que reconociera a aquel que perseguía y comprendiera que no podría resistir a su gracia. No es la privación de la luz lo que le hizo que­dar ciego sino el exceso de ella.

Dios escogió este momento. Pablo es el primero de reconocerlo: Pero cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo. ¡Aprendamos, pues, de boca de Pablo que ni él ni nadie después de él ha encontrado a Cristo por su propio espíritu! Es Cristo que se revela y se da a conocer, como lo dice el mismo Salvador: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.


San Juan Crisóstomo Natural de Antioquía, fue monje y obispo de Constantinopla;

gran predicador y escritor, murió en el destierro.

Es doctor de la Iglesia (Ca. 349-407).

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