viernes, 9 de febrero de 2018

LOS SANTOS INOCENTES.




Es justo que celebremos la muerte de estos inocentes pues es una muerte santa. Cuando los acontecimien­tos nos acercan a Cristo, cuando sufrimos por Cristo, lo hemos de considerar un inmerecido privilegio, sea el sufrimiento que fuere, aun cuando no seamos cons­cientes de sufrir por él. Los niños que Jesús cogió en sus brazos tampoco podían comprender la admirable condescendencia de la que eran objeto. No obstante, la bendición del Señor ¿no era un verdadero privilegio? Del mismo modo, la masacre de los niños de Belén es para ellos un sacramento. Era la prenda del amor del Hijo de Dios para los que sufrieron por él. Todos los que se acercan a Jesús sufren por el mismo hecho del contacto, como si emanara de él una fuerza secreta que purifica y santifica las almas por medio de las penas de este mundo. Este fue el caso de los Santos Inocentes.
Verdaderamente, la presencia misma de Jesús es un sacramento. Todos sus actos, todas sus miradas, todas sus palabras comunican la gracia a los que aceptan este don, ¡cuánto más a los que quieren ser sus discípulos! Desde los orígenes de la Iglesia, esta clase de martirio fue considerado como una especie de bautismo, un auténtico bautismo de sangre que tiene la misma efi­cacia sacramental que el agua que regenera. Estamos, pues, invitados a considerar estos niños como márti­res y a aprovecharnos del testimonio de su inocencia.
Beato John Henry Newman
Nace en Londres; convertido del anglicanismo, fue presbítero, cardenal y fundador de una comunidad religiosa (1801-1890).
 


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