martes, 6 de febrero de 2018

SAN ESTEBAN.


Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado. Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se humilló por nosotros. Ha traído el don de la caridad, por la que los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina. Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo. Esteban, para merecer la corona que significa su nombre, tenía la caridad como arma, y por ella triun­faba en todas partes.

Por la caridad de Dios, no cedió ante los judíos que lo atacaban; por la caridad hacia el prójimo, rogaba por los que lo lapidaban. Por la caridad, argüía contra los que estaban equivocados, para que se corrigieran; por la caridad, oraba por los que lo lapidaban, para que no fueran castigados. Confiado en la fuerza de la caridad, venció la acerba crueldad de Saulo, y mereció tener en el cielo como compañero a quien conoció en la tierra como perseguidor. La santa e inquebrantable caridad de Esteban deseaba conquistar orando a aquellos que no pudo convertir amonestando. Y ahora Pablo se alegra con Esteban, y con Esteban goza de la cari­dad de Cristo, triunfa con Esteban, reina con Esteban; pues allí donde le precedió Esteban, martirizado por las piedras de Pablo, lo ha seguido este, ayudado por las oraciones de Esteban.
San Fulgencio de Ruspe
Monje norteafrkano y obispo de Ruspe (467-532).



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