martes, 18 de septiembre de 2018

JUSÚS RECIBIÓ TODO PODER EN EL CIELO Y LA TIERRA.



El Señor, una vez que hubo completado en sí mismo con su muerte y resurrección los misterios de nuestra salvación y de la renovación de todas las cosas, recibió todo poder en el cielo y en la tierra, antes de subir al cielo, fundó su Iglesia como sacramento de salvación, y envió a los apóstoles a todo el mundo, como él había sido enviado por el Padre, ordenándoles: Id, pues, ense­ñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado.
Por ello incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo, tanto en virtud del man­dato expreso, que de los apóstoles heredó el orden de los obispos con la cooperación de los presbíteros, jun­tamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia, como en virtud de la vida que Cristo infundió en sus miembros... La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo.
Concilio Vaticano II Concilio ecuménico XXI de la Iglesia católica (1963-1965).
 



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