lunes, 3 de septiembre de 2018

LLEGAR A SER UNA VID QUE DÁ FRUTO.




Los pies de la vid se ligan, se escalonan, se doblan los sarmientos de arriba abajo, se les ata a algo firme para sostenerlos. Por ahí se puede comprender la dulce y santa vida y la pasión de nuestro Señor Jesucristo que, en todo, debe ser el sostén del hombre de bien. El hombre debe ser curvado, lo que en él hay más alto debe ser abajado, y debe abismarse en una verdadera y humilde sumisión, desde lo profundo de su alma. Todas nuestras facultades, interiores y exteriores, tanto las de la sensibilidad y de la avidez como nuestras facultades racionales, deben ser ligadas, cada una en su lugar, en una verdadera sumisión a la voluntad de Dios.


Seguidamente se remueve la tierra alrededor de los pies de la vid y se escardan las malas hierbas. También el hombre debe ser escardado, estar profundamente atento a lo que hubiera todavía que arrancar en el fondo de su ser, para que el divino Sol pueda acercársele más inmediatamente y brillar en él. Si dejas que la fuerza de lo alto haga su obra, el sol aspirará la humedad escon­dida en la tierra, en la fuerza vital del tronco y los raci­mos crecerán magníficos. Después el sol, por su calor, actúa sobre los racimos y hace que se desarrollen las flores. Y estas flores tienen un perfume noble y bené­fico. Entonces, el fruto llega a ser indeciblemente dulce. Que esta realidad nos sea dada a todos.


Beato Juan Taulero Dominico en Estrasburgo (Ca. 1300-1361).

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