domingo, 10 de marzo de 2013

EL HIJO PRÓDIGO, EL HIJO MAYOR.



En esa parábola descubrimos la bondad insondable del corazón de Dios que está abierto totalmente a sus hijos, pero que siempre se resiste a dejar de tratarlos como tales, aún al precio de perderlos. Dios no quiere que nos comportemos como autómata, sino que seamos conscientes de nuestra condición de hijos. Solo así se realiza en nosotros su paternidad. Como muestra el texto, vivir esa filiación nos resulta difícil. Ha señalado Benedicto XVI : “Los dos hijos representan dos modos inmaduros de relacionarse con Dios : la rebelión y una obediencia infantil. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Solo experimentando el perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito mayor que nuestra miseria, pero también mayor que nuestra justicia, entramos por fin en una relación verdaderamente filial y libre con Dios.

Podemos identificarnos con cualquiera de los dos hermanos. Uno se aleja del Padre porque ve una amenaza para su libertad. Sin embargo, emprendiendo su propio proyecto se abandona al pecado. La dilapidación de sus bienes y su posterior humillación (cuidando cerdos y pasando hambre) nos indica que todo pecado implica siempre una pérdida de humanidad.  De la misma manera, el hermano mayor que permanece en la casa del padre vive oprimido, aunque sea solo por sus propios miedos. De ahí que se siente incapacitado para la fiesta.  La suya es una religiosidad triste hecha de obligaciones y desconocedora de la alegría que supone estar junto a Dios.

Miedo sentía el hijo pequeño  a no ser protagonista de su vida y por eso se fue; y también fue el miedo a arriesgarse a una relación más plena con su padre lo que redujo al hermano mayor a una especie de servidumbre resentida. Largo fue el camino que hizo el joven para alejarse, y no menos costoso fue emprender el retorno.  Pero sabe que su padre no puede tratarle mal. Esa certidumbre es mayor que en su hermano, que se empeña en establecer con su padre una relación de justicia que, en definitiva, niega todo lo que este le ha dado.

Dios no reserva la felicidad para quienes pecan mucho, sino que la quiere para todos. Con un pequeño paso, con entrar en la casa se puede participar de una alegría inmensa y gozar del retorno de quien se había perdido.


David AMADO FERNÁNDEZ

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