sábado, 30 de marzo de 2013

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS.



¡Alégrese el cielo, goce la tierra! Este día ha brillado para nosotros con el resplandor del sepulcro más que si resplandeciera con el sol. Oh luz bella, has revestido de súbita claridad a los que vivían en tinieblas y sombras de muerte. Porque al descender Cristo a los infiernos, su eterna noche ha resplandecido inmediatamente y han cesado los lamentos de los afligidos: las ataduras de los condenados se han roto y caído: los espíritus malignos se han sobrecogidos de estupor, abatidos por un trueno.

Desde que Cristo ha descendido, las sombras, ciegas en su negro silencio y encorvadas por el temor, murmuran entre sí: “¿Quién es este tan temible y resplandeciente de blancura? Jamás nuestro infierno ha recibido a otro semejante, jamás el mundo ha arrojado a otro semejante en nuestro abismo. Si fuera culpable no sería tan audaz. Si algún delito lo ennegreciera, jamás podría disipar nuestras tinieblas con su resplandor. Pero si es Dios ¿qué hace en la tumba? Si es hombre, ¿Cómo se atreve? Si es Dios, ¿por qué viene? Si es hombre, ¿Cómo libera a los cautivos?

¡Oh Cruz, que desbaratas nuestros placeres y provocas nuestra desdicha! El madero nos enriqueció y el madero nos arruina.


EUSEBIO EL GALICANO
Siglo V

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