miércoles, 2 de noviembre de 2016

EL HOMBRE CUSTODIO DE LA TIERRA.

El centro de la vocación cristiana es Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida para guardar a los demás, para salvaguardar la creación. Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís; es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.
Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

FRANCISCO
Jesuíta argentino, actual sucesor de san Pedro al frente de la Iglesia católica (1936-).

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