martes, 20 de diciembre de 2016

LAS MISIONES.



Desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo. Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar hasta que no les enseñaba alguna oración; entonces comencé a darme cuenta de que de ellos es el reino de los cielos. Por tanto, como no podía cristianamente negarme a tan piadosos deseos, comenzando por la profesión de fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les enseñaba el Símbolo de los após­toles y las oraciones del Padrenuestro y el Avemaria. Advertí en ellos gran disposición, de tal manera que, si hubiera quien los instruyese en la doctrina cristiana, sin duda llegarían a ser unos excelentes cristianos.

Muchos en estos lugares no son cristianos simple­mente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el jui­cio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se preci­pitan en el infierno!» Muchos de ellos se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedica­rían por entero a la voluntad de Dios, diciendo de cora­zón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India».

San Francisco Javier
Jesuíta español del grupo de primeros compañeros de san Ignacio de Loyola. Evangelizador de la India y el Japón, es patrono de las misiones (1506-1552).

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