viernes, 9 de diciembre de 2016

SAN MATEO.


Jesús vio a un hombre sentado al mostrador de los impuestos. Su nombre era Mateo. Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales.
Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió, y le dijo: Sigúeme, que quiere decir: «Imítame», por­que, quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió él. Mateo se levantó y lo siguió. No hay que extrañarse del hecho de que aquel recaudador de impuestos, a la primera orden del Señor, abandonase su preocupación por las ganancias terrenas y, dejando de lado todas sus riquezas, se adhiriese al grupo que acompañaban a aquel que carecía de bienes. Es que el Señor, que lo llamaba por fuera con su voz, lo ilu­minaba de un modo interior e invisible para que com­prendiese que aquel que aquí en la tierra le invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible.
Estando Jesús a la mesa en casa de Mateo, muchos publícanos y pecadores vinieron a colocarse junto a él y a sus discípulos. La conversión de un solo publicano fue una muestra de penitencia y de perdón para muchos otros publícanos y pecadores. Mateo, que estaba des­tinado a ser apóstol y maestro de los gentiles, en su primer trato con el Señor arrastró en pos de sí por el camino de la salvación a un considerable grupo de pecadores.
San Beda el Venerable
Natural de Nortumbría (Gran Bretaña); monje de gran erudición y doctor de la Iglesia (673-735).



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