jueves, 8 de agosto de 2013

LO QUE DESATES...


 

La confesión es un magnifico acto, un acto de gran amor. A él solo podemos llegar como pecadores, portadores de pecado y sólo de él podemos marcharnos como pecadores perdonados, sin pecado.

La confesión es siempre la humildad puesta en acto. Hace años la llamábamos penitencia, pero verdaderamente se trata de un sacramento de amor, del sacramento del perdón. Cuando entre Cristo yo se abre una brecha, cuando mi amor se resquebraja, cualquiera puede venir a llenar esta brecha. La confesión es el momento en que yo permito a Cristo llevarse de mí todo lo que divide, todo lo que destruye. La realidad de mis pecados debe ser prioritaria. A la mayoría de nosotros nos acecha el peligro de olvidar que somos pecadores y que debemos acercarnos a la confesión como lo que somos. Debemos ponernos ante Dios para decirle lo desolados que estamos por todo lo que hemos hecho y que le ha herido.

El confesionario no es un lugar de conversaciones banales o de charlatanerías. Solo hay un sujeto importante: mis pecados, mi dolor, mi perdón, como vencer las tentaciones, como practicar la virtud, como crecer en el amor de Dios.

 

Beata TERESA DE CALCUTA,

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